Título en inglés: Paul Washer's Testimony: A Liar and a Coward
44:40 minutos, subido por illbehonest.
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Me han pedido que dé mi testimonio. Y eso siempre es algo de temer,
porque con nuestros testimonios a veces somos propensos a volvernos egocéntricos y ególatras y a… incluso presentarnos de tal manera que parecemos una víctima que luego fue rescatada por Cristo, en vez de un culpable que fue rescatado por Cristo.
He aprendido —de mirar a los hombres, de estudiar las Escrituras y de mirar al espejo de mi propia vida— que a los hombres les encanta hablar de sí mismos. Así que siempre debemos ser muy cuidadosos con respecto a nuestros testimonios.
Fui criado en un rancho, una granja.
Criábamos ganado y caballos ‘cuarto de milla’, de modo que me criaron algo así como a un niño granjero y vaquero.
Mi padre era incrédulo. Mi madre era creyente, pero tengo una larga ascendencia familiar de gente que sirvió al Señor.
Mi madre era croata y mi abuela era una croata cristiana, y debido a su fe ella sufrió enormemente. Si eres croata, eres católico. Sumamente católico.
Y mi abuela fue convertida, así que dejar el catolicismo era también, en cierto sentido, ser traidor a la cultura croata.
Pero lo que hacía empeorar las cosas era que la única iglesia evangélica que existía en ese entonces era serbia; y los croatas y los serbios han estado en guerra unos contra otros durante siglos, así que el que ella se hiciera parte de eso lo hacía aún peor.
Pero por el testimonio de vida de ella mi madre fue convertida a la edad de 12 años, mientras veía cómo su mamá sufría por Cristo.
Mis abuelos por parte de mi padre fueron unos de los primeros misioneros bautistas en Brasil y en Mindanao.
Antes de nacer fui precedido por un hermano, mi hermano Doug.
Y mi padre, literalmente —como escribió en una de sus cartas— adoraba la tierra en la que caminaba mi hermano.
Hace unos años descubrí una correspondencia entre mi padre y mi abuelo. En realidad era una carta de mi abuelo y decía esto:
“Bob” —así se llamaba mi papá— “Temo enormemente por ti y temo por tu hijo, porque he oído que tú dices que adoras la tierra en que ese niño camina. Nuestro gran Dios no va a tolerar ídolos en la vida de ningún hombre”.
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Un día mi hermano corrió hacia la calle y lo atropelló un auto y lo mató.
Y en un sentido real, parte de mi papá murió entonces.
Él lo era todo para mi padre. Y yo crecí como bajo la sombra de eso.
Y fue bastante difícil, para ser honesto. Fue sumamente difícil.
Así que ahí en la granja, el rancho, mi padre era un incrédulo, pero hubo un regalo que de verdad me dio: me enseñó cómo trabajar duro.
De hecho, cuando yo tenía 12 años me llevaron al hospital y recuerdo al doctor amonestando a mi papá, diciéndole:
“Usted va a matar a este niño. Nunca había visto a un niño en este estado; su espalda y todo lo demás. Tiene que dejar de hacerlo trabajar tan duro.”
¿Pero saben?, en cierto sentido fue muy, muy duro.
Pero en cierto sentido fue uno de los más grandes regalos.
Fuimos a un preescolar y a un colegio no muy buenos y yo no era en absoluto un estudiante aplicado.
Pero recuerdo que cuando fui a la universidad, mi primer año, primera clase —inglés— me pidieron que escribiera un párrafo. Esa fue mi primera tarea.
Reprobé.
No sabía cómo escribir un párrafo. Pero al final del semestre tenía un siete en la asignatura… ¿Por qué? Porque la única cosa que mi padre me había dado era trabajo.
“Sólo trabaja hasta que lo hagas. Eso es todo lo que hay que hacer.”
Y esa también es una buena lección para los padres que están aquí hoy, especialmente para los que dan escuela en casa.
Sé que queremos darles a nuestros hijos latín y cálculo y todas esas diferentes cosas, pero lo más importante que pueden darle a su hijo es Cristo… y carácter.
Dénles carácter y ellos pueden lograr cualquier cosa.
Pueden empezar en el último lugar del curso y saldrán adelante si se les enseña a trabajar.
Mi padre fue una persona que verdaderamente me impulsó.
Yo no era un muy buen atleta, pero era atleta; y si anotaba 20 puntos en un juego era: “Pudiste haber marcado 30”.
Si yo obtenía cierta puntuación en algo: “Pudiste haberlo hecho mejor y así es como pudiste haberlo hecho”.
Y siempre era eso; el vaso siempre parecía estar medio vacío.
Fue de verdad, de verdad difícil. Él era un hombre muy iracundo, muy dominante, muy fuerte. Él podía ser atemorizador.
Una vez vi a mi papá en una situación. Se le acercaron seis hombres; entraron en una discusión con él, y mi padre los miró a los seis y adoptó una postura como esta; él dijo:
“Ustedes me conocen; los azotaré a los seis a la vez; lo haré aquí mismo. Ustedes saben que puedo hacerlo.”
Y ellos se echaron para atrás.
Él realmente era alguien.
Pero siempre estaba enojado, siempre insatisfecho. Sin importar qué sucediera, no era lo suficientemente bueno.
¿Te fijas? Cuando no tienes a Cristo en tu vida, así es la cosa.
Nada satisfará a un hombre nunca, excepto Cristo.
Nuestra relación era muy, muy difícil. Yo vivía con mucho temor.
Y cuando tenía alrededor de 16 años parecía como que las cosas empezaban a cambiar. Mi padre y yo empezamos a tener una mejor relación.
Cuando niño yo era muy bajo, “el enano de la familia”. Sé que no igualé a mi hermano mayor, pero cuando cumplí 16 parecía como que todo cambiaba. Creo que crecí 30cm ese año, subí algo de peso y era más como algo de lo que mi padre podía estar orgulloso. Así que las cosas iban bien.
Y un día estábamos trabajando en el rancho. Yo acababa de cumplir 17 y estábamos haciendo un alambrado.
Bueno, aquí en Rhode Island puede que ustedes no sepan lo que es eso, pero se toma un rollo grande de alambre de púas, se extiende un poste de acero a través de él, un hombre se pone en un lado y el otro se pone en el otro y vas desenrollando el alambre para construir una cerca para caballos o ganado.
Y estábamos conversando mientras caminábamos, incluso riéndonos, lo estábamos pasando bien, y de repente él gritó. Y cuando gritó yo lo agarré y los dos caímos al suelo, y cuando lo di vuelta él estaba muerto.
Murió de un infarto de miocardio.
Bueno, en ese momento todo cambió en mi vida. Todo.
Yo no era cristiano, pero se me conocía como ‘un chico bueno’ —¿saben?— y en cuestión de semanas fui al colegio borracho.
Terminé siendo expulsado del equipo de baloncesto del que era capitán.
Simplemente todo tipo de cosas.
Entonces, la gente veía eso y decía: “¡Oh/Ah!” y lo dijeron.
Veían eso y decían: “Este pobre muchacho…”
No, para nada.
Se nos ha enseñado a pensar: ‘Es una víctima de la muerte de su padre’.
Eso no es verdad.
La muerte de mi padre le dio a mi carne malvada la oportunidad de hacer lo que siempre quiso hacer —no había autoridad; ahora sí que podía vivir; estaba cada vez más grande, más fuerte; (no había) nadie para decirme qué hacer—.
Así que yo no era una víctima, era culpable.
Y aunque parecía ser un buen muchacho, no era un buen muchacho por dentro. Era sólo que tenía una figura de autoridad muy fuerte sobre mí.
Y para ustedes niños, que hacen escuela en casa, tienen que darse cuenta de algo:
Puede ser la autoridad de su madre o de su padre y sabiduría, e incluso la relación de ellos con Cristo lo que está controlando la moralidad de ustedes, o refrenando tu inmoralidad.
El sólo hecho de que haces escuela en casa no significa que seas una persona piadosa. Puedes fingirlo y ni siquiera saber que estás fingiendo. Y luego cuando esa figura de autoridad es quitada de tu vida te transformas en un salvaje.
Bueno, no; en realidad no te transformas en un salvaje; simplemente se empieza a manifestar lo que siempre has sido en secreto.
De modo que si ves esto en ti mismo esta mañana —ve hacia Cristo.
Ve hacia Cristo, ¿te das cuenta?
Así que, me gradué del colegio. No sabía qué iba a hacer.
Y un día estaba en la corte —por alguna razón, ahí en la ciudad— y mi entrenador de baloncesto y uno de los profesores del colegio me miró y dijo:
“¡Oye, Washer! ¿Vas a entrar al ejército?”
Dije: “No sé. ¿Por qué?”
Él dijo: “Porque es el único lugar donde podrías ir; ya sea ahí o a la cárcel.”
Y eso me enfureció mucho.
Él dijo: “Porque tú no puedes desenvolverte en la sociedad de afuera.”
Me molestó tanto que llamé a una consejera estudiantil, aun cuando ya me había graduado —una señora muy agradable en nuestro colegio— y me reuní con ella en su casa y le dije que quería ir a la universidad en algún lugar.
Así que entré a una universidad, una buena; pequeña pero muy buena.
Ustedes saben cómo la gente va a tratar de glorificar de alguna manera; ya saben, yo era peleador, borracho, era esto, era aquello…
Yo era sencillamente el más egocéntrico, egoísta, el patán más vanidoso que hayas conocido en tu vida.
Todo giraba alrededor de mí.
Quería tener las mejores notas para llegar a ser abogado y ganar mucho dinero. Levantaba pesas 3 horas al día, porque quería ser más grande y fuerte que los otros tipos. Hacía todo lo que podía para ser el centro de atención.
Siempre quise ser un superhéroe. Pura vanidad. Vanidad.
Y cuanto más te entregas a eso, más ridículo te ves.
Ustedes saben: “El emperador está desnudo”.
Yo simplemente seguí con eso. Y entonces, mientras haces eso, te entregas cada vez más al engaño.
Y empiezas a mentir.
Yo era uno de los mentirosos más grandes que has conocido en tu vida.
Me acuerdo de una vez mintiéndole a un —iba con un amigo, él dijo: “Caramba, no quiero trabajar mañana. Va a estar tan hermoso.”
Yo dije: “Ningún problema. Vamos a hablar con nuestro jefe.”
Así que fui ahí e inventé el cuento más grande sólo improvisando.
Una de las mentiras más grandes del mundo y salimos y mi amigo me miró —mi mejor amigo— y dijo:
“¿Sabes?, eres espeluznante. Eres espeluznante.”
Y le dije: “¿Qué quieres decir?”
Él respondió: “Sabía que estabas mintiendo y te creí.”
Y yo hacía eso.
Pero una de las cosas más maravillosas es que Dios no permitió que mi conciencia se cauterizara.
Cuanto más profundo me adentraba en mi vanidad, más me odiaba a mí mismo, más oscuro me veía a mí mismo.
Y entonces la obra del Espíritu Santo…
Simplemente todo en mi vida era una mentira.
Bueno, me trasladé de escuela porque decidí que iba a ser un abogado en petróleo y gasolina, así que me fui a la Universidad de Texas y pensé: “Esta es una nueva oportunidad. Voy a ser una persona distinta cuando llegue allá.”
Bueno, ustedes saben cómo fue eso. No fui una persona diferente.
Sólo fue cuestión de semanas, y quedé atrapado en las mismas mentiras y tenía que vivir algo completamente falso; simplemente todo.
Y caí en la cuenta: “Estoy atrapado, no puedo cambiar”.
Y a veces —no sé si has hecho esto— pero me levantaba en la mañana para ir a clases y me acuerdo que recién entrando, ¿saben? estaba oscuro; encendía la luz del baño, abría la llave de la ducha y parado ahí en la ducha, ¡y tanta oscuridad! No afuera en el cuarto, sino en mí; era como una desesperanza absoluta: “¿Por qué?” No era un filosófico “¿Por qué estoy vivo?”. Era sólo oscuridad. No hay esperanza. No hay nada. No hay absolutamente nada.
Y porque me amaba a mí mismo y quería ser el centro de la atención de todos, levantaba pesas. Vivía para levantar pesas y consumía esteroides.
Me acuerdo que una noche, era la una de la madrugada; no podía dormir y tenía un frasco de pastillas en mi mano y sólo las estaba mirando y me dije:
“Sé que no me matarían si me las tomara todas de una vez pero ojalá tuviera algo que hiciera eso; soy tan miserable.”
Y seguía diciéndolo una y otra vez. Me acuerdo que era:
“Soy el ser humano más miserable de este planeta”.
Ustedes saben, por fuera —porque algunos de ustedes pueden estar pensando que el mundo es de verdad algo sensacional; yo tuve un papel importante en esa cosa sensacional. Quiero decir, era muy conocido como un tipo con el cual salir.
¿Saben?, siempre me río cuando pienso en que —conocí gente muy hermosa, modelos y esto y lo otro— y siempre me río cuando veo a una modelo en un cartel publicitario. Porque les diré a los jóvenes: “¿Ven a esa hermosa mujer ahí?”
Ellos dicen: “Sí”.
Yo digo: “La he visto a las 4 de la madrugada con su cabeza en el escusado, vomitando”. “La he visto sin su maquillaje”.
Y, ¿saben?, he visto eso, he estado ahí, he hecho eso, tengo la camiseta y es sólo —a menos que Dios cauterice tu conciencia— no importa cuán hermosa aparezca esa vida por fuera, es lo más asqueroso del mundo por dentro.
Yo sabía que mi vida era miserable.
Pero creo que lo peor de todo es que yo sabía que mi vida era sólo una invención; todo era mentira.
Y sabía que estaba en esclavitud, porque alguien podía hacerme una simple pregunta y yo no podía decirle la verdad. Simplemente inventaba algo, porque sabía que podía.
Uno de mis amigos decía: “Caramba, vas a ser un gran abogado”.
Y yo solía pensar para mis adentros: “Sí, terminaré en la cárcel... o suicidándome”.
Yo sabía en que terminaría.
Así que estaba sentado en la cama; y era como la 1:00, 1:30 de la madrugada y golpean a la puerta.
Pienso: “¿Qué es eso?”
Entonces abro la puerta —era un complejo de departamentos, estudiantes universitarios—.
Abro la puerta y ahí está este tipo, como de esta estatura, un estudiante de primer año, y está como... temblando.
Yo estaba mirándolo y él dijo: “Probablemente me vas a golpear”.
Lo miré y dije: “¿Sabes? Puede que tengas razón.”
Y él continúa: “Pero tengo que decirte algo.”
Y yo estoy pensando: “Caramba, este tipo está... —algo raro le pasa.
Él continúa: “Tengo que decirte algo.”
Y le digo: “Bien”.
Él sigue: “No puedo soportarlo más.
Te tengo miedo, pero temo más a Dios y no puedo soportarlo más.”
Estoy como: “Bueno ¿qué?”
Él continúa: “Durante dos semanas Dios ha estado diciéndome que venga y te diga algo y he estado con miedo de hacerlo, pero no puedo dormir y tengo que decírtelo.”
Yo pienso: “Esto es —Me estás sacando de quicio.”
Y dije —haciéndome el chistoso— “Bueno, ¿qué es lo que Dios quiere decirme?”
Esto fue lo que él dijo: “Eres un miserable y vas a permanecer miserable hasta que rindas tu vida a Jesucristo.”
Y fue como si me hubiera golpeado con un camión, porque me dije a mí mismo: cuando estaba pensando que soy el ser humano más miserable no lo estaba diciendo en voz alta; él no pudo haber escuchado eso a través de la puerta.
Así que hasta las 4:30 de la madrugada estuvimos caminando por el campus
y él me decía cosas y lo miré y dije: “Mira, conozco la Iglesia Católica y conozco la Bautista y sé que las dos están —tú sabes— en lados opuestos.
Conozco esos dos grupos y no quiero tener nada que ver con ninguno de ellos”.
Y él dijo esto:
“Está bien, pero yo no estoy hablando sobre la Católica ni sobre la Bautista. Estoy hablando acerca de la persona de Jesucristo, y lo siento, pero tú no puedes escapar de Éste. ¿Qué vas a hacer con Él?”
Y en verdad empecé a pensar acerca de ello.
Empecé a pensar y pensar acerca de ello.
Y mi mamá había puesto una antigua Biblia “King James” en mi maleta y la encontré en algún lugar de mi departamento —al buscarla— la había metido en alguna parte.
Y abrí la Biblia —fue unos pocos días después— y decía esto:
La abrí en un pasaje, dice:
“El hombre, como la hierba son sus días; como la flor del campo, así florece; cuando el viento pasa sobre ella, deja de ser, y su lugar ya no la reconoce.”
Y me hizo enojar, porque me puse a pensar: “Yo sé esto. Este es parte de mi problema.”
Porque recuerdo a mi padre —él era muy listo, muy poderoso, muy respetado,
sin embargo cuando murió —recuerdo el funeral— cuando la gente vino esa noche vi a un hombre hablando sobre los negocios de ellos; sus mejores amigos, algunos incluso riendo. Eran sinceros, pero fue como que mi papá murió y todos siguieron adelante con su vida.
Y me dije: “Esa es exactamente la forma en que va a ser conmigo. La forma en que es con todos. Eres sólo hierba. Mueres.”
Así que tomé la Biblia y la guardé donde estaba, así, rápidamente y dije, básicamente: “Gracias Dios por decirme algo que ya sabía”.
Pero luego la volví a sacar, después de unos minutos, y decía: “Mas la misericordia del SEÑOR es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen.”
Y la parte de la “eternidad’ es la que me llamó la atención.
Así que leía algo y escuchaba algo a este tipo, y empecé como a entender algo acerca del evangelio.
Y entonces un día estando en la biblioteca de los estudiantes de la Universidad de Texas estábamos haciendo encuestas sobre petróleo, porque teníamos un equipo —competíamos contra otros equipos en la universidad; estos trabajos de aula en los que simulas ser parte de una empresa y uno tiene que hacer todas estas distintas cosas desde encuestas sobre petróleo hasta contabilidad.
Así que estábamos haciendo alguna de estas encuestas ahí y una de las chicas —la única mujer de nuestro equipo— se me acerca y dice:
“Oye, voy a tener una fiesta mañana en la noche. ¿Por qué no vienes?”
Y yo había pasado por esa etapa de ir a fiestas y todo, pero había llegado al punto en que ya no iba a fiestas. Sólo iba a un bar, ¿se fijan?, quiero decir, un bar —para tipos mayores. Sólo iba a un bar, me sentaba ahí y bebía hasta emborracharme.
Podía pasar dos semanas sin hablar con una persona. Sencillamente ya no me importaba.
Y ni siquiera sé qué me llevaba a querer tener buenas calificaciones todo el tiempo. Supongo que era la única razón que tenía para estar vivo. Así que la miré y dije: “No, no voy a ir a tu fiesta.”
Y ella me miró y todos los tipos que me conocían estaban como mirando y como sonriendo y mirándome mientras yo hablaba con ella.
Dije: “No voy a ir a tu fiesta”.
Y ella dijo: “¿Por qué?”
Y, honestamente, lo que voy a contarles es la verdad.
La miré —no fue premeditado, no fue nada por el estilo— sólo la miré y dije esto:
“No voy a ir a tu fiesta porque creo en Jesucristo y voy a seguirlo a Él”.
Cuando dije eso, vi su cara y vi a mis amigos, conocidos ahí, en esta empresa conmigo. Los vi mirarme con cara de horror como de: “¿Qué diablos está maquinando ahora?”
Y fue como —¿han visto esas caricaturas donde una ampolleta hace “clic”?
Literalmente, se encendió —todavía puedo recordar el preciso momento—
entendí de sopetón…
Fue... [instantáneamente] y la miré y ella me miró y dije:
“Eso es exactamente lo que voy a hacer. Voy a largarme de este edificio ahora mismo y voy a seguir a Jesucristo. Amo a Jesucristo y voy a seguir a Jesucristo”.
Y me alejé de ellos, recogí mis cosas y empecé a caminar hacia afuera de esa biblioteca y literalmente, era como si alguien me estuviera llevando en andas.
Todo lo que sabía era que Dios me amaba y que todos mis pecados habían desaparecido.
Era todo lo que sabía.
Por eso cuando uno está tratando con almas tiene que ser muy cuidadoso
—voy a hacer una pequeña declaración teológica aquí ahora— hay que ser muy, muy cuidadoso porque somos salvados por arrepentimiento y por fe, pero en las etapas iniciales de la conversión eso no siempre se manifiesta de la misma forma.
Por ejemplo, yo era una persona muy malvada. Pero en ese momento yo no estaba ahí pensando en lo malvado que era, esta no era una perfecta demostración puritana de arrepentimiento. Yo no estaba pensando en eso. Todo lo que sabía era que Dios me amaba y que estaba reconciliado.
Y ni siquiera podía usar esa palabra, pero eso era lo que sabía.
Ahora, tú dices: “Bueno, no había arrepentimiento.”
Sí, había...
Se empezó a manifestar, quiero decir, cada día yo veía más de cuán malvado era yo y me rompía el corazón cada vez más.
Así que cuando se está lidiando con almas hay que ser muy, muy cauteloso,
porque he visto personas que tienen muy poca seguridad de su salvación porque, supuestamente, no han tenido esa experiencia de conversión puritana perfecta —pero tampoco la tuvo Jonathan Edwards.
Pero al final qué pasa: empieza el arrepentimiento, empieza la fe.
Yo estaba tan feliz y cuando iba hacia la puerta de la biblioteca y la abrí y una chica estaba entrando, que después supe que había estado orando por mí durante 6 meses; ella y varias otras que estaban en el mismo complejo de departamentos que yo.
Y cuando abrí la puerta ella dijo: “¡¿Pablo?!”
Y dije: “¿Sí?”
Ella continúa: “¡¿Qué te pasó?!”
Dije: “¿A que refieres con qué me pasó?”
Ella continúa: “Tu rostro. Estás simplemente —¿Qué te pasó?”
Y yo dije: “No sé.”
Y me acuerdo que me asusté.
Yo sabía que era un ser humano diferente.
Era un hombre diferente.
Y sólo caminaba, corría... corría cuando nadie me veía y caminaba cuando la gente estaba pasando al lado mío.
Tenía que volver y encontrar a ese tipo que estuvo en mi departamento.
Y dije: “Miguel, ¡estoy asustado!”
Él dijo: “¿Qué pasa?”
Digo: “Ya no soy yo. No soy yo.”
Así que me llevó donde este tipo que lo discipulaba a él, que era el residente —ustedes saben, el supervisor— que era cristiano, Miguel Martin, un tejano grande.
Así que golpeé la puerta y Miguel dice: ”¿Qué pasa?”
Miguel dijo: “Dile lo que pasa” —los dos se llamaban Miguel—.
Y le dije: “No sé. Creo en Jesús y no soy la misma persona que era hace una hora atrás.”
Y él me palmotea la espalda, ustedes saben … tejano grande, dice: “Amigo, ¡has nacido de nuevo!”
Eso fue lo que dijo: Y yo dije: “¡¿Qué es eso?!” Ya saben: “¿Qué signfica eso?”
Entonces, por más o menos un mes y medio fue glorioso.
Todo lo que podía pensar era en Jesús.
Recuerdo que al día siguiente me compraron una Biblia de estudio ‘Ryrie’.
Tenía esa Biblia de Estudio Ryrie de la versión NASB, la llevaba a clases.
Y mis amigos me miraban otra vez como: “¿Qué estás tramando, Washer?”
Yo decía: “No, he nacido de nuevo. No soy la misma persona.”
Me acuerdo que, caminando de vuelta de clases el segundo día había una gran multitud en el Centro de Recursos para los estudiantes y un tipo sentado ahí, como predicando; pero no estaba predicando, estaba hablando sobre humanismo y sexo libre y todas esas diferentes cosas y que no hay moralidad.
Y yo no sabía nada, pero me enojé mucho; yo sabía que él era un mentiroso.
Fue como que algo simplemente me levantó y me empujó y llegué justo donde él estaba y dije: “Caballero” —en voz muy alta— “Usted es un mentiroso y un engañador y está engañando a toda esta gente.”
Así que ese fue mi primer sermón. No ha cambiado mucho desde entonces.
Y por alrededor de un mes todo estaba yendo realmente bien porque a veces, cuando Dios salva a una persona, Él literalmente la sumerge en gracia para protegerla.
Y entonces un tipo se me acerca y le digo que soy cristiano, y él dice: “¿Cuándo oraste la oración?”
Y respondí: “¿Qué?”
Y él repite: “¿Cuándo oraste la oración?”
Y respondí: “¿Qué oración?”
Él dice: “La oración.” Así que se sentó conmigo y me explicó cómo tienes que orar y pedirle a Jersús que entre en tu corazón.
Así que estoy como: “Yo no hice eso…”
Y entonces, por los siguientes dos meses, o al menos seis semanas, regresó toda la miseria.
Todos los días, venía y decía: “Si no oré esto correctamente, si no oré esto bien... y la oraba una y otra vez… y un día me di cuenta: “Esto es estúpido. Soy una nueva criatura. Me convertí en una nueva criatura ese día en la biblioteca”.
Pero esto es lo que pasó:
Cuando fui convertido como que -yo era un malhablado- quiero decir, un grosero; y eso paró sin más ni más; las borracheras pararon; el otro asunto paró. Lo que no paró fue… la mentira y la exageración.
Tú dices: “Bueno, entonces no fuiste salvado, porque los mentirosos no heredan el Reino”.
Bueno, no, había una gran diferencia. Yo podía decir una mentira así de pequeña y era como si Dios clavara una lanza en mi corazón cada vez que lo hacía. Y yo tenía que regresar —es lo más humillante del mundo— e ir donde mi amigo y decir: “Te mentí”, o “exageré esto.” Digo, eran como puñales. Era horrible. Es como si alguien metiera un cuchillo en tu garganta y te desgarrara todo el cuerpo hacia abajo cada vez.
De nuevo, Dios saca ciertas cosas de nuestras vidas en el momento en que somos convertidos. Y permite que otras cosas queden para trabajar a través de ellas progresivamente y provoquen que caminemos en humildad, que no saltemos a guzgar a otros. Sabemos que la santificación es un prceso.
Bueno, yo supe casi...
Esto realmente va a ser algo difícil de explicar, pero supe casi en el momento que fui convertido, que también iba a predicar. Y la razón por la que supe eso es porque cuando era niño, 14, 15, 13, 12 años… tenía sueños en la noche y siempre podía verme de pie delante de una cortina roja, una sencilla cortina roja y un sencillo púlpito de madera y predicando; y despertaba llorando y decía: “Dios” —porque yo detestaba la idea de ser predicador—
Decía: “Haré cualquier cosa. Me salvaré —yo solía decir eso— si Tú sólo me prometes que no tengo que predicar porque no quiero hacer eso.”
Así que yo como que sabía... que esto era algo… y fue, simplemente fue algo que empezó a venir y sentí como que tenía que testificar a la gente.
Y me acuerdo de estar de pie afuera en el campus repartiendo folletos y —ustedes saben— muchachas pasando, las mismas que solían —supongo— pensar que yo era ‘alguien’, yo les pasaba folletos y ellas los tomaban, se reían y los arrugaban en mi cara y los tiraban al suelo.
Mis amigos se me acercaron, me sacaron a un lado y dijeron: “¿Qué has hecho? ¿Te uniste a una secta? ¿Qué demonios estás haciendo? Estás llamando la atención aquí en medio del campus; la gente piensa que has perdido la razón.”
Y recuerdo que les pregunté una vez —tres de ellos se me acercaron— y dije:
“¿Ustedes creen que Jesucristo murió?”
Y ellos dijeron: “Bueno, claro que creemos. Tú sabes, todo el mundo sabe eso. Él hizo eso. Voy a la iglesia, sí.”
Y continué: “¡Él murió!” Ellos dijeron: “Sí.”
Y dije: “¿Qué más puedo hacer? Ahora estoy prisionero. No tengo otra opción.
Soy Suyo.”
Y hubo muchas luchas y cosas que siguieron, pero… algo que es realmente —algo que quiero compartir con ustedes es que— hace unos dos años, tres años atrás, una persona estaba hablando conmigo y dijo: “Hermano Pablo, no queremos exaltarte ni nada como eso, pero queremos contarte que te agradecemos por dos cosas:
“Una, tu valentía —el que tú te pares y digas las cosas que dices aunque los hombres te odien. Y dos: que digas la verdad.”
Me dijeron eso y no pensé mucho en ello; luego subí a mi auto —estaba regresando a la iglesia donde estaba asistiendo— y me bajé del auto y de repente caí en la cuenta de lo que ellos me dijeron.
Y empecé a llorar sin poder contenerme. Tuve que entrar a la iglesia y meterme en mi oficina. Y la razón fue que pensé:
“Mira lo que están diciendo ellos… valentía y verdad.”
Antes de que fuera creyente, aun cuando yo era fuerte, un montón de cosas, me intimidaba todo el mundo. Pienso que era la razón del por qué yo levantaba pesas tanto; quiero decir, yo ni siquiera quería ir al [Hipermercado] Walmart a devolver algo. Tenía miedo de que alguien se enojara o algo así.
Y entonces volví al pasado/rememoré y pensé:
“Si hay una cosa que me destacaba en mi vida antes de Cristo es que yo era un mentiroso.” Yo mentía más que cualquier ser humano que haya conocido jamás.
Y me senté ahí y continué: “Ahora soy conocido por ser valiente y decir la verdad cuando era el mayor de los cobardes y el más grande de los mentirosos.”
¿Ven eso? ¿No es asombroso?
Y sería todavía hoy el mayor de los cobardes y el mentiroso más grande si no fuera por la gracia de Dios.
Y encuentro sorprendente que cuando leí la historia “La vida de George Muller” —saben— él manejó millones de dólares, murió básicamente con la ropa que tenía puesta. Se encargó de decenas de miles de huérfanos; su reputación fue su administración de las finanzas; y sin embargo, antes de ser convertido era un ladrón que robaba dinero de su propio padre, lo metieron a la cárcel por estafar gente y no pagar sus deudas.
¿No es asombroso eso?
Dios toma aquello que no es y hace que sea lo que es.
Eso significa que todo es la gracia de Dios.
A veces miro a mis hijos y digo:
“¿Ustedes creen que soy un buen papá y que amo a su mamá?” Y ellos van a decir: “Sí papá.”
Y continúo: “La única razón por la que ustedes pueden decir eso es por lo que Dios hizo por su papá, porque su papá jamás habría podido casarse, tener un matrimonio; habría sido incapaz de ocuparse de hijos, porque él estaba en esclavitud a su propia vanidad y pecado. Así que cualquier cosa buena que estén recibiendo de este hombre es la obra recreadora de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.”
Y después que fui salvado fui muy, muy afortunado para ir a una iglesia; era sólo una iglesia bautisa independiente, pero independiente, no como una denominación; era una iglesia bautista. Y el pastor ahí era uno de los hombres más inusuales que he conocido. No era reformado, no era nada como eso.
Hasta hoy no he visto a un hombre predicar con más poder. Nunca he visto un hombre tan lleno del Espíritu Santo como él. Y mientras estuve ahí, un hombre mayor llamado hermano Pittman puso algunos libros en mi mano:
“El secreto espiritual de Hudson Taylor”; “La autobiografia de George Muller”; “Por qué tarda el Avivamiento”, de Leonard Ravenhill y estos libros acerca de hombres que oraban —no sólo oraban, oraban horas y horas y horas al día.
Y viendo un ejemplo viviente del poder del Espíritu Santo frente a mí cada domingo y viendo estos libros, me hizo darme cuenta de algo:
El cristianismo, aunque tiene que ver con doctrina —y la doctrina es fundamental— lo es; es sólo que la doctrina es fundamental, (el cristianismo) es acerca de vida y poder. Lo es —el poder para vivir— dice Pablo: “su poder que obra poderosamente en mí.”
Y les cuento este testimonio porque es absolutamente —no puedo entender mi vida aparte de ello.
Por alguna razón, después de unos pocos años en mi cristianismo, Dios empezó a obrar en mí una vida de oración que hasta ahora no he podido igualar. Empezó con una hora al día, luego dos horas al día, a veces tres horas al día… Casi de locos.
Trabajaba en una cafetería con el fin de financiar yo mismo la universidad; tan pronto como salía de ahí iba a la biblioteca; regresaba a casa desde la biblioteca a las 11 de la noche. Oraba hasta la 1, 2, 3 de la madrugada, luego me levantaba en la mañana a las siete, volvía a clases… simplemente… continuó por meses y meses.
Sé que esto suena casi de locos para ustedes, pero decidí que, o bien conocería a Dios, o moriría. Yo era cristiano, conocía a Dios, había nacido de nuevo, pero estaba esto de que podía conocerlo a Él y de que Su poder podía ser una realidad en mi vida.
Y yo decía: “Voy a entrar a este closet y no voy a salir hasta que, o bien Dios se junte conmigo —ni siquiera sabía lo que significaba eso— Dios se junte conmigo o yo muera.
Me quedaba dormido 15 minutos después y todos mis compañeros de pieza llegaban a casa 3 horas después y me encontraban dormido en el closet.
Ellos pensaban que yo me había vuelto completamente loco.
Así que empecé a poner una alarma de reloj cada 15 minutos porque hasta hoy —debido a que trabajo duro— muchas veces cuando oro me quedo dormido; y así la alarma sonaba, me hacía despertar, empezaba a orar, la ponía de nuevo y por meses todo lo que oraba era esto:
“Señor, ya van 47 días ahora… y todavía no has venido. Tú dijiste que si yo te buscaba, te encontraría.” Y después: “Señor, ya van 93 días.”
Y todo lo que hacía durante horas era sentarme ahí y decir: “Estoy esperando, no voy a desertar. No voy a abandonar” y sólo me sentaba ahí.
Todos fueron a un retiro de jóvenes, una especie de de retiro universitario en la primavera; nunca olvidaré eso. Y yo sabía que el Señor quería que yo fuera a las colinas del poniente de Texas. Fui allá por 3, 3 días y medio, y si alguien me hubiera visto, habría llamado a las autoridades. Estaba en la cima de una colina —llegué al punto en que agarraba piedras y las lanzaba al cielo tan alto como podía, diciendo: “¿Esa golpeó la puerta? Esa golpeó la puerta?” “¿Me escuchaste? ¡Todavía estoy aquí! ¿Donde estás? ¿Dónde está el Señor Dios de Elías?”
Regresé a la escuela.
Una noche estaba clamando a Dios… —En realidad yo no sabía nada sobre la oración; aún era un cristiano sólo por alrededor de un año o algo así— clamando a Dios: “Todavía estoy aquí.” Esperé ahí tres horas diciendo sólo: “Sigo aquí. Estoy aquí. Sigo aquí.”
Y de repente, sólo clamé: “Padre… por favor…”
Ahora, algunos de ustedes van a estar en desacuerdo conmigo y... no me importa; pero en ese momento, Dios vino a ese lugar en tal foma que fui lanzado a tierra y no sé cuántas horas estuve echado ahí en posición fetal cubriendo mi cabeza con mis brazos, pensando que de alguna manera había blasfemado, o que Él estaba más que harto de lo que yo estaba haciendo
—estaba tan asustado, estuve ahí, no podía controlar mi cuerpo.
El resto del video se perdió debido a complicaciones técnicas.
Se recuperó el audio del resto del sermón.
No sé cuanto duró eso. Yo estaba convencido de que había carros de bomberos y policías y todo afuera del complejo de mi departamento, porque probablemente había fuego bajando del cielo.
Entonces no sé después de cuántas horas, pero fui llenado de tal gozo. Se abrio mi boca, y fue como que salieron Proverbios y Salmos y —no, no se asusten, no hablé en lenguas. Pero durante horas sólo estuve hablando grandes cosas acerca de Dios, cosas magníficas acerca de Dios.
Ahora, sea lo que sea que quieran decir, les puedo contar que mi predicación en las calles, todo cambió.
¿Lucho con el pecado todavía? Sí.
¿Llevo avivamiento a todos lados en el bolsillo? De ninguna manera.
Pero para mí, la presencia del Dios viviente es más real en este edificio ahora mismo que la presencia de todos ustedes juntos.
Y todo lo que estoy queriendo decirles es que el Señor Dios es más que una verdad proposicional.
Y ustedes nunca podrán decirme que los santos del Antiguo Testamento estaban más al tanto de la presencia de Dios que aquellos de nosotros en el Nuevo Testamento a quienes ha venido el cumplimiento de todas las cosas.
Que Dios es un Dios sobrenatural, que en oración un hombre puede encontrarse con Dios y que Dios puede acercarse a un hombre o una mujer a tal punto que ellos no pueden siquiera —ahora entiendo el lenguaje apocalíptico— que una de las razones por las que un profeta está escribiendo en un lenguaje tan extraño es porque está al borde de la locura. Está viendo cosas que nuestra mente ni siquiera puede comprender. Su lenguaje no podía explicar, porque él no podía comprender.
Lo que trato de comunicarles a mis hijos a través de cada doctrina...
Queremos que ellos entiendan las confesiones.
Queremos que entiendan los principios y proverbios y muchas otras cosas, pero quiero que vean esto: nuestro Dios es un Dios viviente. Y como acostumbraba decir Leonard Ravenhill: “Todos quieren dar una definición nueva de cristianismo, pero lo que el mundo está esperando es una nueva demostración del cristianismo.”
Esas han sido cosas que han sido fundamentales para el resto de mi vida,
así que vamos a terminar aquí.
Pero déjenme decirles esto: Cuando hablamos sobre esto, de buscar a Dios y experiencias, no hay dos vidas iguales; lo que le sucede a un creyente no tiene que sucederle a otro. No deberíamos buscar experiencias, sino que deberíamos buscar a Dios en Cristo. Pero con lo que deberíamos quedarnos es con esto:
Hay un cristianismo allá afuera, hay un Dios allá afuera que está esperando que lo llamen. Y ser perseguido con audacia. Y de tal audacia Él se complace muchísimo. Algunas veces es casi como que Él mira a los ángeles y dice: “Aquí viene el salvaje de nuevo.”
Un salvajismo como ése. Dios se complace en eso.
Uno de mis poemas favoritos es:
“Hay regocijo en el trayecto,
una luz que podemos amar en el camino.
Hay asombro y salvajismo para la vida, y libertad para aquellos que obedecen.”
Pemítanme orar.
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